EDUARDO EMILIO ESPARZA

LA TRAYECTORIA ARTÍSTICA Y VITAL COMO ORGULLO DE UN PUEBLO

En el libro "El héroe de las mil caras, psicoanálisis del mito", Joseph Campbell demuestra en su buceo por la mitología universal que todas las narraciones son la expresión de una única y arquetípica historia: la conquista del ser humano de su verdadera voluntad. En ese proceso los creadores de nuevas realidades tienen que escuchar y desatender “El llamado”: esa profunda pregunta que lo definirá como sujeto dentro de la comunidad. En la búsqueda de esa voz interior, el ser debe encontrar fuerzas antagonistas y colaboradores que le permitan abandonar su aldea para entrar en las oscuras profundidades de su ser interior. Lucha titánica a la que ha veces, en términos ontológicos, no se sobrevive. Pero cuando el ser se reconcilia con sus íntimos horizontes de sentido, cuando encuentra la luz que lo ayuda a salir del laberinto de las mil puertas, regresa a su pueblo para compartirla con los otros. No sin antes tener que padecer la negación de los suyos. Y la realización del ser sólo encuentra su plena dimensión en el momento en que sus coterráneos abren los ojos, lo validan socialmente como individuo y lo reconocen como otro portador del fuego prometéico.

Este es el sentido profundo que tuvo en el contexto nacional la retrospectiva del Maestro Eduardo Emilio Esparza organizada por la Gobernación del Valle y la Casa de Cultura de Palmira. Esta muestra, presentada en el marco del XII Festival de Arte Ricardo Nieto, recogió obras en diversas técnicas y de distintas épocas de Esparza y se convierte, de hecho, en la expresión del justificado orgullo del pueblo vallecaucano por las conquistas de uno de los suyos, el artista que ha resignificado el color del trópico y lo ha instalado con una carga atávica, ancestral, totémica en diversos escenarios del planeta: Primera Bienal Gráfica de la Habana , Bienal Latinoamericana de Pintura de México, Museo de Arte de Nueva York, Arteobjeto Os bestilocelos (Bélgica), invitado de honor en la exposición Arte Contemporáneo organizada por Misión Colombia, en el Palacio de las Naciones Unidas en Suiza, entre infinidad de exposiciones individuales y colectivas de carácter nacional e internacional.

Significa igualmente el reconocimiento a la trayectoria vital y artística de un hombre de las tierras de la caña de azúcar que cumple ahora 50 años de existencia y 35 de construcción de un lenguaje propio en las artes gráficas y en las artes plásticas colombianas. Restrospectiva que hunde sus raíces en la tradición de Alcántara Herrán, de Sofia Glasser, de Margarita Monsalve, sus iniciales inspiradores y maestros. Ejemplo para una generación de jóvenes vallecaucanos que pudo apreciar el trabajo de uno de los más importantes representantes de la autodenominada “generación del limbo”(aquellos artistas colombianos con un trabajo serio y consistente que no son lo suficientemente jóvenes para ser promesas del arte y no son lo suficientemente viejos para ser consagrados, aún): Walter Tello, Éberth Cruz, José del Carmén Hernández, Jaime Valencia, Guillermo Melo, Oscar Alzate, Armando Martínez, Dario Ortiz, Pedro Ramírez, entre otros.

Propicia además el regocijo de los hombres y mujeres del Valle que lo vieron jugar básquetbol; bailar salsa al ritmo Daniel Santos, Celia Cruz, Alberto Beltrán, Bienvenido Granda, Carlos Argentino, Celio Gonzalez; que lo vieron trasegar por los claustros de la Universidad del Valle, iniciar el proyecto de la Corporación Prográfica; conversar con el maestro Carlos Correa y liderar los movimientos estudiantiles, o representar obras de teatro con el Teopal; aquellos que presintieron sus pasos de animal grande cuando contemplaron sus periódicos murales en la Facultad de Agronomía de la Unal o apreciaron su obra censurada en el Primer Museo de Arte Vial en los parques lineales de Palmira, y ahora lo ven regresar con la certeza de que su trabajo ha contribuido al enriquecimiento del arte nacional. Entre sus aportes se cuentan los desarrollos técnicos -en compañía de Carlos Calvo y Jaime Valencia- que revolucionaron la serigrafía en Colombia y permitieron una mayor circulación y disfrute de las obras pictóricas entre los admiradores del arte.

Un regreso que significa la reafirmación del triunfo de su verdadera voluntad pero también una síntesis de sus múltiples vocaciones interiores: agricultor, zootecnista, hombre de acción política, rumbero, trompero y trompeador, hermano, amigo, amante de las tablas, gallero de los finos, hijo, padre, maestro, pero sobre todo un infatigable trabajador estético. Un creador de mundos y cosmovisiones, que se sabe igualmente en el camino correcto y tiene la capacidad para expresar con sus propias palabras el sentido de su obra estética:

“Mi pintura cada vez se aproxima más a lo que yo soy, a lo que siento, a mi manera de actuar, obedece a mi estructura mental. Forma parte de mi mundo interior, de mi actitud lúdica, mis animales, peces, gallos, aves, gatos, perros. Las formas eróticas vistas a través de una fruta, una semilla. Todas estas formas, texturas y colores dentro de una estructura van hilando un tejido en forma vertical y horizontal que le da sentido a lo espiritual y lo terrenal. La dinámica de este tejido no es más que mi forma de jugar al trompo”.

Un artista que sabe que si alguien quiere ser profeta en su tierra tiene que ser un profeta con dimensión universal al que sólo el trabajo lo vindica.

Carlos Alberto Villegas Uribe